La fragilidad del cautiverio

De un día para el otro se detuvo el tiempo, como en una fotografía. Quede capturada dentro de mi departamento de 42 metros cuadrados, arrancaba la cuarentena por la pandemia del coronavirus. Mi casa era el encuadre de mi propia fotografía, mi autorretrato. Una situación que nunca me había tocado vivir, pero que tenía algo de familiar. Algo del pasado volvía a mí.  El afuera se volvió peligroso y por varios meses tuvimos que recluirnos en nuestras casas. Aislarse, esconderse, no vincularse volvió a ser seguro; como en los años setenta, cuando nací. Vivíamos en plena dictadura: afuera el miedo y el terror; adentro estábamos seguros. Soy una sobreviviente, gracias a que mis padres supieron esconderse, aislarse y refugiarse. Cuarenta y tres años después, esconderse volvió a ser seguro. En este autorretrato se une la memoria con el presente, una manera de zurcir las heridas. Inmersa en esta fragilidad del cautiverio me re pensé, buscar mi identidad para deconstruirla. La huella de la huella. Mi huella.